Homilía de D. Rafael Zornoza, Obispo de Cádiz, en la ordenación de Alejandro Borrella, SM

Homilía de D. Rafael Zornoza, Obispo de Cádiz, en la ordenación de Alejandro Borrella, SM

Querido Alejandro:

Hoy vas a ser ordenado sacerdote. Un día decisivo por qué, a partir de ahora, toda tu vida se pone a disposición de Cristo sacerdote para hacerle presente sacramentalmente en tu persona, dispensando así su consuelo coma su gracia, su perdón y su cercanía.

Has sido atraído por él, en ese largo proceso por el que pasan todas las vocaciones, hasta llegar a percibir su llamada y configurar tu respuesta voluntaria de entrega total y definitiva. Esta misma capilla del colegio te trae los recuerdos de la infancia, de compañeros, celebraciones, alegrías y penas, y, sobre todo, palabras y susurros con los que Dios ha venido seduciéndote hasta el día de hoy. También se une la memoria de muchos marianistas que dejaron en ti la huella de su testimonio, de una entrega que suscitaba una pregunta, porque dejaban un atractivo luminoso. Muchos de ellos han sido como ángeles para tantos gaditanos, que les han acercado a Dios, como por ejemplo, el padre Vicente López de Uralde, en proceso de canonización. Y, ¡cómo no!, el recuerdo de un encuentro cálido con María, la Virgen del Pilar, con la Madre del Señor, que sugiere a cada uno las palabras suyas a los servidores de Caná: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Ha pasado el tiempo coma has profundizado en tu formación, vives ya la consagración religiosa y regresas a tu casa para ser ordenado sacerdote.

Tu disponibilidad puede expresarse con la expresión del beato Chaminade: “mi confianza está puesta en Dios y en su madre coma para quienes yo quiero vivir y dar la vida”. Estás decidido, como tú mismo has expresado, a dar a Cristo al mundo, como hizo María. María, Virgen y Madre, la esclava del Señor, la que trae al mundo al Hijo de Dios que es adorado por los pastores, es la maestra de la consagración a Dios. Este es el camino de la Encarnación del Señor: que tu consagración mariana se refleje tanto en tu vida personal, en toda tu entrega, en tus afectos, como en las obras apostólicas que te corresponda hacer en tu misión, y también en el trabajo cotidiano y humilde.

Pero, ¿cómo entregar a Jesús al mundo como hizo María? En primer lugar, encarnando tu mismo a Cristo. Este camino de consagración ha de marcar decididamente tu respuesta a la vocación como discípulo de Jesús, para ser como él, vivir como él y desde él, en comunidad, consagrado con los votos de pobreza castidad y obediencia. De este modo encontrarás que la respuesta a la vocación es la fe, la que proporciona a la dedicación a la educación y a la pedagogía, qué es el carisma de la compañía de María, la apertura de mente y corazón para conocer, amar y servir al espíritu y el carisma de la compañía con una sólida formación humana y espiritual (Regla de vida, articulo 6. 15). A esa fe corresponde la fidelidad que concierne a una entrega que debe crecer siempre, profundizando cada día en ese regalo absoluto de la vida que has hecho en tu consagración al señor. Para que no se pierda en la rutina o el desánimo, el Señor reclama una y otra vez tu disponibilidad, enraizado en Cristo, para continuar con la misión propia de vuestro carisma de servir a todos como maestros en la educación humana, moral y religiosa, y de promoción de la fe sirviendo a los jóvenes y a los más necesitados, y en el compromiso por la justicia social. Desde la profunda experiencia de Dios que nos capacita para ser sus testigos surge la gracia para la misión permanente, para estar presentes en el mundo compartiendo sus alegrías y tristezas, un servicio de amor en que el señor nos hace inmensamente felices.

¿Cómo seguir entregando al señor? Sin duda con tu palabra y predicación. Tú consagración religiosa te hará entender mejor esa expropiación que supone ser sacerdote de Cristo, instrumento a su servicio, no adulterando la Palabra de Dios, por lo que, como dice San Pablo, no nos predicamos a nosotros mismos. En esta sociedad de la polémica y las opiniones, el sacerdote ha de ser servidor de la verdad coma algo que siempre nos supera, pero que por eso nos salva y manifiesta el poder Salvador de Dios, la fuerza sobrenatural del sacramento y de la predicación. El apóstol por ello reconoce lúcidamente que es portador del tesoro más valioso, es decir, de Cristo, su Evangelio, su consuelo, su gracia, pero en esa vasija de barro que es su pobre persona, recordándonos la humildad con la que hemos de ponernos a su servicio. En esto consiste nuestra fidelidad, en identificarnos con el Señor con toda nuestra vida mente y corazón coma para transparentar le al mundo lo mejor posible, dejando que sea el mismo, el Salvador y Señor quien actúe, hable, se entregue, quedando nosotros en segundo término, como hizo la Virgen María en Belén y en toda su existencia. Muchas veces tendrás que renovar tu deseo de vivir el carisma recibido, reavivando la invitación de volverte al señor y de asumir su misión en la Iglesia con autenticidad. La espiritualidad no es algo que se cultiva aparte de la vida y misión, sino que brota del amor de Cristo y alimenta al apóstol para que la caridad pastoral oriente su propia vida y así pueda guiar a la comunidad. No olvides que estamos en la Iglesia para servir a Dios, colaborando en la difusión de su Reino, en diálogo con el mundo laico y su cultura.

También, querido Alejandro, entregarás a Cristo a los demás si eres capaz de reunir y conducir a los fieles porque somos enviados para edificar, reunir, conducir a la comunidad con decisión hacia el Reino con la misma autoridad de Cristo, con ese poder (exousía) con el que anunciaba la Buena Nueva, y liberaba a los oprimidos del mal (Marcos 1, 27). No es un poder individual para aumentar tu dignidad, sino un don al servicio del crecimiento del Cuerpo de Cristo hacia su plena madurez. Lo expresó muy bien vuestro Capítulo General de 2018 en su lema con una expresión del padre Chaminade, “un hombre que no muera”, lo que nos recuerda la verdad fundamental de que los cristianos muertos al pecado, estamos vivos para Dios en Cristo Jesús (Romanos 6, 11). La fuente de la vida cristiana brota del bautismo que nos incorpora a la Iglesia y nos hace hijos en el Hijo.

La clave del Ministerio sacerdotal está en acompañar y conducir a cada cristiano para que alcance la plena madurez en Cristo (Efesios 4, 13), abriéndose a la catolicidad de la Iglesia y a la misión universal. Como heraldo del Evangelio y pastor de la Iglesia tienes la misión de reunir y conducir, pero precediendo a los fieles en esa madurez que se expresa en la capacidad para ser obediente a la voz del Espíritu Santo, por la libertad vivida en la caridad y por el servicio al bien de la comunión. El presbítero ha de ser el garante de la comunión eclesial, valorando todos los carismas y a todas las personas. La educación en la fe ha de cultivar esa fraternidad propia del misterio de comunión unida a una vida animada por la caridad. Muestra, por tanto, predilección por los pobres y necesitados a los que el señor está especialmente asociado (Mateo 25, 34-45), donde se manifestará sobre todo la gratuidad y la universalidad del ofrecimiento de la salvación. Dios es gracia y ofrece su vida gratuitamente a todos, sin dejar a nadie fuera. La doctrina social de la Iglesia sitúa la opción por los pobres en el corazón del Evangelio de Jesús y de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Recuerda siempre que la vida sacerdotal es un Ministerio del espíritu (PO 12) donde hasta encontrar la plenitud de tu santificación y camino de perfección representando al mismo Cristo lo más eficaz, visible y creíble en tu existencia. Deja  pues que el espíritu unja tu cuerpo, ilumine tu inteligencia, transforme tu corazón y santifique tu vida. Lo harás, sin duda con la gracia de Dios, si vives coram Deo, o como dice Jesús, no para ser visto por los hombres, sino por tu padre, que ve en los escondido (Mateo 6, 1-6), en la oración permanente que hoy prometes mantener buscando tan solo la gloria de Dios.

Todos pedimos hoy por ti para que seas un sacerdote Santo y un buen hijo de María pues “somos hijos de María. Ella es nuestra gloria y nuestro consuelo”. (Beato G.J. Chaminade). De tu tío Manolo, sacerdote, heredas su cáliz. “Alzaré la Copa de la salvación invocando el nombre del Señor” (Salmo 115). Cada día, cuando celebres, recuerda a tu familia, de igual modo que a tu colegio y la Compañía de María, como parte de esa memoria Dei, la historia de tu vida amada por Dios cuyo recuerdo será fuente de nueva gracia y de perseverancia en tu vocación y misión. AMÉN.

Colegio San Felipe Neri – 10 de julio de 2021