Una Vivencia Eclesial

Una Vivencia Eclesial

Yo también estuve en la Beatificación de Guillermo José Chaminade: el 3 de septiembre  de 2000.  

Laicos de varias comunidades CEMI fuimos a Roma con José Antonio Romeo quien antes  de hacerse sacerdote las había creado siguiendo la estela del nuevo beato. Como para  entonces era párroco de María Reina él fue con un grupo de feligreses de Vallecas y  compartía hotel con ellos en la Ciudad del Vaticano.  

A lo largo de varios días y a través de maneras muy diversas viví la realidad de ser y la  experiencia de sentirme Iglesia.  

Asistí a las misas que José Antonio celebraba con sus feligreses en su habitación  utilizando el material que había traído en su sempiterna cartera. El hotel estaba repleto de  obispos acompañados por sacerdotes y seglares de sus diócesis (en la que venía de  Milán me encontré con la mujer del representante de mi empresa en Italia, una llamativa  “Sofía Loren” en versión militante católica).  

En la casa general de la Compañía de Maria, en Via Latina, tuvimos una celebración  emocionante, en varios idiomas, con religiosos y laicos de la familia marianista venidos de  todos los rincones del mundo, y donde conocí, de primera mano, el testimonio de la mujer  argentina cuya curación, invocando al Padre Chaminade, había sido el milagro requerido  para hacerle Beato de la Iglesia Católica.  

La dimensión eclesial de la ceremonia de beatificación fue impresionante.  Por una parte la Plaza de San Pedro estaba a rebosar, con fieles de múltiples  procedencias y, sin duda, con sensibilidades espirituales muy distintas.  Por otra, se beatificaban cinco cristianos con personalidades y biografías de fe muy  diferentes: dos Papas, Pio IX y Juan XXIII, un arzobispo, Tomás Reggio, un monje  benedictino, Columba Marmion, y el sacerdote diocesano Guillermo José Chaminade.  

Juan Pablo II, el Papa canonizador, lo puso de relieve al empezar la homilía: “Cinco  personalidades diversas, cada una con su fisonomía y su misión, pero todas unidas por la  aspiración a la santidad”.  

Los dos Papas habían convocado, desde dos visiones eclesiales opuestas pero también  complementarias, los últimos concilios ecuménicos: el Vaticano I y el Vaticano II.  

El Vaticano I se centraba en la infalibilidad “ex cátedra” del Papa, cúspide de la Iglesia, y  el Vaticano II, abría las ventanas de la Iglesia, pueblo de Dios, al mundo y ponía al  descubierto los carismas de “sacerdote, profeta y rey” que el bautismo otorga a los laicos.  

El concilio convocado por Juan XXIII impulsó el desarrollo de las comunidades de laicos  que José Antonio Romeo, religioso marianista, había fundado a partir de las intuiciones de  Guillermo José Chaminade. Juan Pablo II destacó en su homilía que: “la beatificación de  Guillermo José Chaminade recuerda a los fieles que deben inventar sin cesar modos  nuevos de ser testigos de la fe y arraigarse en su bautismo”. El nombre elegido para estas  comunidades: CEMI (Congregación Estado de María Inmaculada) responde a la profunda  devoción mariana compartida con Pio XI quien proclamó el dogma de la Inmaculada  Concepción.  

Personalmente tuve además la alegría de que mi hija, antigua catecúmena de nuestras  comunidades y que estaba con su marido de vacaciones por Italia, se uniera a nosotros  en la solemne eucaristía de proclamación de los beatos en la Plaza de San Pedro.  

Por la tarde, en una nueva dimensión eclesial, acudimos a participar en una celebración  ecuménica de oración y silencio que las Comunidades de San Egidio celebran en la  preciosa iglesia de Santa María del Trastévere. 

Fue tan entrañable la celebración y tan acogedor el ambiente que al finalizar nos  acercamos a los organizadores que nos enseñaron las salas donde se reunían y nos  contaron cómo funcionaban sus comunidades. Tan a gusto nos encontrábamos con ellos  que gracias a Paco Llorente y a mí, que nos fuimos a reservar una hostería cercana, los  diez o doce que éramos no nos quedamos sin cenar.  

Al acabar era tardísimo y José Antonio Romeo estaba completamente agotado. En aquel  entorno, tan abierto y tan cristiano, no tuve ninguna dificultad en parar al primer coche  particular que venía en nuestra dirección y pedirle, y conseguir, que lo llevara a su hotel  con una de nuestras compañeras.  

Nosotros continuamos, Tiber arriba, charlando y disfrutando de una noche maravillosa que  cerraba un día inolvidable.  

Manuel Medina  

(ex- Presidente de CEMI, ex- Patrono de la Fundación GJ Chaminade, Miembro de la comunidad CEMI Tomás Moro, Miembro de la comunidad eclesial Beato Chaminade)  

23 de agosto de 2025