02 Abr VIERNES SANTO: El Amor, tierno e invencible de Dios, en la Cruz
Me atrevo a compartir con vosotros cómo estoy viviendo esta Semana Santa y, en concreto, cómo quiero vivir este Viernes Santo.
Este año voy siendo un poco más consciente de lo decisivo que fue para los primeros cristianos el hecho de que, en su oración angustiada (primero ante el mazazo que supuso la muerte de Jesús y más adelante ante la persecución terrible que sufrían), acudiesen a los pasajes de los profetas. Ahí encontraron luz para releer lo vivido a la luz de la palabra de Dios y encontrar sentido, dirección y horizonte.
Yo, os lo confieso, llevo tiempo preguntándome qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora, en este tiempo tan desafiante que nos está tocando. Y también os confieso que, cuando me armo un lío al no encontrar respuestas claras y todo me parece demasiado complicado, me serena mucho volver a lo esencial, con la ayuda de este versículo del profeta Miqueas:
“Ya sabes lo que el Señor quiere de ti:
que ames con ternura,
que vivas con justicia
y camines con humildad,
de la mano de tu Dios”.
(Miqueas 6, 8)
Por eso, he decidido acercarme al Viernes Santo, a la tierra sagrada que pisamos al contemplar la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, con el foco de luz que me da ese versículo.
Y cuando miro a Jesús en la cruz, veo en primer lugar el Amor – tan tierno como invencible – de Dios. El de aquel que da la vida por quienes ama. Aquel que aguanta en silencio insultos y salivazos, el que muere perdonando. Aquel que asume la debilidad e impotencia del amor… que acaba venciendo misteriosamente al poder inmenso del mal. Y siento, al contemplarlo, la invitación apremiante a amar como él, sin medida. “Que ames con ternura”.
Cuando miro a Jesús en la cruz, veo en segundo lugar a los miles de crucificados de hoy, cerca o lejos de mí, pero tan hermanos nuestros unos como otros. Por cada uno de ellos entrega Jesús su vida, reivindicando su dignidad sagrada y pidiendo justicia desde lo alto de la cruz. Y siento, al contemplarlo, la invitación apremiante a no desentenderme de ningún ser humano que sufre o que es injustamente tratado. “Que vivas con justicia”.
Cuando miro a Jesús en la cruz, veo finalmente al hombre perfecto, al Hijo de Dios, que, sin embargo, no acaba de entender bien ni controla lo que pasa, y pide al Padre que, si es posible, aparte de él este trago amargo. Y que, con todo, acaba confiando con humildad en el Padre que sabe todo y que nunca abandona. Y por eso dice que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y que muere diciendo en tus manos confío mi espíritu. Y siento, al contemplarlo, la invitación apremiante a caminar con humildad y confianza, sin pretender controlarlo todo. “Que camines con humildad, de la mano de tu Dios”.
Que así sea. Os deseo de corazón a cada uno un Viernes Santo renovador, en comunión con Jesús crucificado. Que es el Resucitado.
Iñaki Sarasua sm