III Domingo de Cuaresma: Dame esa agua.

III Domingo de Cuaresma: Dame esa agua.

El religioso marianista Ignacio Otaño nos propone un retiro para vivir esta Cuaresma de manera más honda e íntima con Jesús. Cada semana compartiremos a través de la página web y nuestras redes sociales la propuesta de oración y reflexión.

La Samaritana. Imagen de Julia Stankova.

Desde el punto de vista material, una de las situaciones humanas más desesperantes es la de la falta de agua. Sin agua, las tierras son improductivas y los cuerpos se deshidratan.

            Por eso, el pueblo de Israel se encuentra hundido en un gran desánimo: no tienen agua y llegan a añorar el tiempo de esclavitud de Egipto. Murmuran de quien les sacó de allí y desconfían de Dios. Se preguntan: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? (Ex 17,7) …. Están tan angustiados que se olvidan de todo lo que deben a su Dios. Y Dios parece ausente…

            Pero no está ausente: envía el agua en la peña por medio de Moisés… Nos gustaría el mismo milagro hoy en países de África , Asia y otros pueblos azotados por la sequía. Pero es una situación que llama a la solidaridad: que los seres humanos empleen su inteligencia y sus recursos en medios de vida en lugar de medios de muerte y destrucción.

            En Sicar, es Jesús mismo quien siente sed, y pide agua a una mujer samaritana – pecadora y despreciada por los judíos por ser mujer y ser samaritana -. Le hace entonces descubrir a esta una sed más grande y profunda que la de agua material: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed  ( Jn 4,15). Aquella mujer se siente comprendida por Jesús, y la acogida que encuentra le hace ver que su sed no se apaga con el agua del pozo sino con otra agua, que es Jesús mismo. La persona es un ser espiritual y, para ser plenamente persona, necesita desarrollar su parte espiritual.

            Por eso le pregunta a Jesús cómo hay que adorar a Dios. Jesús viene a decirle: “Dios está dentro de tu corazón. Al Padre hay que adorarle no en un sitio sino en espíritu y en verdad”.

            Nosotros vamos al templo a orar al Señor, y necesitamos del templo para ayudarnos mutuamente a adorar a Dios, pero hay que adorarle en el corazón. Estoy invitado a comunicarme personalmente con Él; a presentarme a Él tal como soy, a decirle lo que me pasa, mis temores y esperanzas, lo que me inquieta y lo que me alegra. QUE ÉL FORME PARTE DE MI VIDA.

            Nosotros somos inconstantes, podemos cambiar, incumplir promesas. Dios no cambia, no se aleja de nosotros. Siempre es tiempo para decirle: Señor, dame esa agua.

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