VII Domingo de Cuaresma. ¡Nuestra alegría y nuestro gozo!

VII Domingo de Cuaresma. ¡Nuestra alegría y nuestro gozo!

El religioso marianista Ignacio Otaño nos propone un retiro para vivir esta Cuaresma de manera más honda e íntima con Jesús. Cada semana compartiremos a través de la página web y nuestras redes sociales la propuesta de oración y reflexión.

¡Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo! A partir de este día de la resurrección de Jesús, siempre que actuamos, de un modo u otro, dando vida, allí está actuando Dios dando su Vida Lo propio del hombre es morir. Lo propio de Dios es resucitar. Y el oficio del Resucitado es consolar nuestra vida y confortar nuestra fe, para que tengamos y demos a los hermanos una razón de vivir y esperar (Ignacio Cacho).

            Jesús resucita, y todo crucificado resucita donde se vive al estilo de Jesús. Se concreta en compartir los bienes, hacer de la propia vida un servicio a los demás, bendecir al que maldice, amar al enemigo, orar al Padre con confianza total en Él. Vivir todo eso resucita al crucificado, hace creíble que ahí está Dios pues “solo el Amor es digno de fe”. Creer hoy en el Resucitado significa dar vida, resucitar a todo crucificado, es decir, bajarlo de la cruz y ayudarle a vivir dignamente, como hijo de Dios y hermano nuestro.

            Ese Jesús que ha resucitado no es alguien que ha vivido despreocupado de la suerte de los seres humanos. Al contrario, ha anunciado el reino a los pobres, ha denunciado la iniquidad de los que lo tienen todo y no tienen en cuenta a los que carecen de lo más elemental, ha declarado la igualdad de naturaleza y destino de los grandes y pequeños de la tierra, ha proclamado la magnanimidad de un Dios que regala el sol y la lluvia a injustos e injustos. Eso le acarreó la sentencia de muerte, y una muerte infame, pero ese crucificado es quien ha resucitado.

            Un inquieto buscador, existencialista ateo y Premio Nobel de Literatura, Albert Camus (1913-1960)], afirmaba que “en realidad nadie puede morir en paz si no ha hecho todo lo posible para que los otros vivan”. Y un teólogo alemán, conocido como “el teólogo de la esperanza”, Jürgen Moltmann, dice que “el hecho de creer en la vida eterna, más allá de la muerte, debería conducir a los cristianos, de manera inevitable, a luchar por la vida plena, más acá de la muerte”.

            Apostar por la vida, en todas sus manifestaciones, tiene que ser para nosotros una opción firme si creemos que Cristo ha resucitado. Ser hombres y mujeres que ayuden a vivir con esperanza, que amen de verdad, que se esfuercen en que los otros sean felices; que compartan lo que tienen, que hagan de su vida diaria un servicio. Creer en la resurrección es decir sí a la vida en uno mismo y en los demás.

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