
07 Feb Rafael Delgado Gutiérrez (1932-2024): «El cura del barrio»
Escrito por José Antonio Barbudo, SM
Desde que me encargaron la semblanza de Rafa, el viejo, recién pasado a la Casa del Padre, abundantes ideas, experiencias, diálogos y anécdotas, ¡demasiadas!, bullían por mi mente. Difícil me era ordenarlas y más complicado decidir por dónde empezar, ya que le conocí hace tiempo y tuve la suerte de compartir comunidad y misión en distintos momentos de nuestras vidas. Los testimonios de personas que fueron acompañadas por él en los diversos lugares me han facilitado e iluminado la elaboración de este recuerdo – pasar de nuevo por el corazón – agradecido. He añadido las palabras que el P. Provincial nos dirigió en la misa funeral, para que la visión sea más plural y no se reduzca solo a la mia. Cayó en mis manos una foto, llegada de Guatemala, y ella me dió la clave para empezar a escribir.

UNA FOTO Y… SOBRAN LAS PALABRAS: El rostro es el espejo del alma y una imagen vale más que muchas palabras. Os invito a contemplar esta foto y descubrir lo que Rafa, el viejo, su vida nos ha transmitido. ¿Qué recordáis de él? ¿Qué dejó en vuestro corazón? Voy a intentar, contemplándola, a bote pronto, sondear y evocar en su recuerdo. ¿Cómo vivió? ¿Qué le movió a Vivir? Lo primero que me viene a la mente y me interpeló.
Y vamos a la foto. La sonrisa picarona revela una persona extremadamente libre, espontánea, fresca (no en sentido del maleducado), con un sentido del humor que se reía hasta de sí mismo, le gustaba chinchar, rebosando un gozo contagioso. A modo de ejemplo: los domingos en Cádiz, antes de ir a Siquem, presidía la Eucaristía en la iglesia. Hasta los últimos momentos estuvo activo, aunque con algunos despistes. Desorientado, muestra su desconcierto preguntando en voz alta y con naturalidad “¿por dónde íbamos?” Inmediatamente dice “recemos el Padre nuestro”, quedándose tan pancho. Afronta la vida tal como le viene y tiene salida para todo desde la sencillez y naturalidad.
Su sonrisa nos abre al encuentro con un hombre feliz. Disfrutó de la vida en todos los lugares y misiones en que estuvo. Así lo afirmaba él mismo, cuando vuelve a España y se incorpora a la comunidad de Burjassot (Valencia): “Siempre he sido feliz donde me han mandado. Ahora me ocurrirá lo mismo y será una nueva experiencia”. Tenía 87 años. O cuando comenta que, en plena selva de la Alta Verapaz (Guatemala) celebran por sorpresa su 85 cumpleaños: “me habían preparado un almuerzo con tarta incluida, hubo más de 40 invitados. Como verás, la vida misionera es la vida padre”. Expresión que utilizaba con frecuencia haciendo referencia a su vida.
Su rostro transmite alguien vivo, viviente, con ilusión por la Vida, la vida descentrada de sí mismo, centrada en el encuentro con los otros y sobre todo en un Cristo vivo y presente, Vida plena. Buen conversador, transmitía paz, gozo, entusiasmo. Disfrutaba de las tertulias, de las sobremesas, de la charla en la sala de comunidad. Sabía “perder el tiempo”(?), en la balaustrada de La Atunara, charlando con los pescadores, en una tertulia con vecinos, saliendo al monte con un grupo de chavales,… La gozaba en la comunidad de puertas abiertas cuando se compartían ratos de encuentro con feligreses, alumnos, jóvenes, vecinos…
Extremadamente austero, con los pies en la tierra, sencillo y humilde. Se rodeó de pocas cosas, siendo muy transparente y abierto a los demás, escuchando y atendiendo al otro, vivía “en salida”. Lógico que en la misa “corpore insepulto” en Orcasitas se proclamase el evangelio de Mateo 11,25: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos; y se las has revelado a la gente sencilla”. Pensé en aquel momento que Jesús se refería a Rafa.
Mucho tiempo dedicaba a patear el barrio: visita a un enfermo o un anciano, encuentro con una catequista, entrega de un donativo a una familia, dando un recado o interesándose por algún problema familiar, entrando en la escuela, comentando con algunos vecinos lo hablado en la asamblea del barrio la tarde anterior… Desde su sencillez y con naturalidad transmitía alegría e ilusión para seguir viviendo. Atraía a conversar planteándole los estados de ánimo, dudas e interrogantes. Siempre dispuesto a escuchar. Buen acompañante, sin hacer ruido, ayudando a crecer y madurar como personas. El tesoro que llevaba dentro (2 Cor 4,7) como dice San Pablo no lo escondió, sino que lo mostró a todos en su contacto diario. Predicó con su vida, ya que estaba convencido que el Evangelio era para vivirlo y no para sabérselo de memoria.
Vida sencilla y desprendida que alimentó en su encuentro matinal diario que mantenía con su amigo Jesús. Momento clave de su jornada, que cuidaba con esmero, al más puro estilo chaminadiano, meditación de fe, a veces a palo seco, en la soledad de un párroco. Encuentro diario que le lleva a insertarse entre la gente, encarnarse en la realidad, formar parte del paisaje, pasando por uno de tantos. El cura del barrio. Así lo vivía él. Un fiel testigo de Jesús.
Si quiere conocer más sobre la vida de nuestro hermano Rafael Delgado, SM y leer algunos testimonios, le invitamos a leer el documento TESTIGOS SM: VIDAS QUE DEJAN HUELLA: RAFAEL DELGADO, SM
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